Dejamos atrás 2022. Un año que deja una estela de efectos sociosanitarios, acentuados por esta inflación que avanza en nombre de una guerra en nuestra vieja Europa. No hay que buscar muy lejos para encontrar incertidumbre. Estamos puerta con puerta. Pero, a pesar de todo, ha sido un año de aprendizaje, remodelaciones y crecimiento institucional.
Durante los últimos quince años seguimos adelante con más o menos dificultades. He de reconocer que me da miedo este proceso, todavía abierto. No temo a los golpes. Ni a los problemas. Mi preocupación se centra en cómo salir de ellos. Muchas serían las soluciones pero la que hoy me viene a la cabeza es implicar a gente más joven. Aquellos que tienen 20 o 30 años por delante para seguir construyendo una respuesta, manteniendo vivos los principios que en 1985 dimos como válidos y que, muchos, siguen en vigor.
Empezamos un nuevo curso. Estoy planificando la agenda de 2023 y puedo considerar que ya estoy dentro de este año. Muchas cosas serán las que nos acontezcan pero hoy, en especial, quiero resaltar una que nos debe preocupar: la última crisis que vivimos tuvo consecuencias económicas pero afectó a todo el sistema de valores. Creímos que la habíamos superado pero vemos que sus efectos, provocadas por la tercera revolución tecnológica, nos van a hacer pensar que no podemos caminar solos.
Hace poco participé como invitado en la elección de los representantes de las pequeñas y medianas empresas. La estrategia era unir esfuerzos para alcanzar un objetivo común. Este posicionamiento, que no es tan distinto al que en ocasiones promovemos en el tejido asociativo, se ejecutó con algunos matices interesantes para las entidades del Tercer Sector.
El objetivo no es solo unirse a plataformas de segundo y tercer nivel, sino afianzarse bajo una marca común. Una identidad compartida que genere reputación, sea competitiva y aglutine distintos aspectos pero que, traducida a un ámbito económico, también suponga una reducción de gastos, al repartir cargas, proveedores, clientes e incluso trámites en los ingresos y fuentes de financiación.
Soy consciente que este planteamiento supondría cambios estructurales para lograr la convergencia de muchas pequeñas entidades, una transformación que podría suponer dificultades de adaptación de algunas de ellas, pero lo importante son las personas con las que trabajamos y atendemos, no el nombre que tengamos. No hay que dejar a nadie en el camino. Por eso, creo con firmeza que en los próximos años serán frecuentes las fusiones para dar respuestas conjuntas, con marcos e ideales comunes.
Quiero terminar este año con unas palabras que me acompañan desde hace tiempo. Como ya estoy a punto de pasar a otra etapa de mi vida, quiero recordar cómo felicitaba mi hermana, María José, estas fechas: Feliz vuelo.
José Francisco López y Segarra
Presidente de Patim