Tengo entre mis manos la primera copia del Manifiesto Fundacional de Patim. Fue un 2 de agosto de 1985. Lo primero que observo es mi firma, en la que veo unos rasgos temblorosos. Redondeados. Con una inclinación ascendente, que ahora –sin haber cambiado en trazos- mantiene la firmeza de tantos años de trabajo. Más de media vida.

Buscamos personas que defendieran las mismas ideas. Que trabajaran en aquellos tiempos con “drogodependientes”, los “toxicómanos” en las calles. Hoy pacientes con adicciones, tanto con sustancia como sin sustancia. Creo que si no hubiésemos hecho realidad Patim, en estos momentos sería tan necesario como entonces, para facilitar una segunda oportunidad y responder a nuevos comportamientos, eso sí, en una sociedad diferente.

Todo este trabajo ha ido cambiado, especialmente en el tratamiento, donde pasamos de las famosas granjas a centros terapéuticos e incluso a centros de paliación de daño. Pero, los campos de actuación quedaron bien marcados desde el inicio. La prevención, la asistencia o asesoramiento, el tratamiento, la investigación y la integración en aquellos campos de la –entonces denominada- “marginación” que hoy denominamos colectivos con vulnerabilidad.

Algunos principios los mantuvimos. Otros se cambiaron. Incluso rectificamos nuestro camino para alejarnos de dogmatismos y orientarnos a una forma de entender la calidad, que sitúa a la persona en el centro de todas nuestras acciones.

La profesionalidad del equipo se mantiene hoy.  Quizás debemos preocuparnos por incorporar a personas que asuman el relevo y, mirando la tabla de edad, creo que lo estamos consiguiendo. Existe un equilibrio entre quienes tienen menos de 45 años y los que dejamos atrás ese momento. Estamos en un empate técnico. Desde una perspectiva de género hay más mujeres que hombres trabajando en esta entidad. Y dentro de este equipo humano hay personas que incluso tienen dos y tres generaciones vinculadas con Patim.

Soy consciente que estamos ante un cambio generacional. Pero tras 37 años impulsando y dando forma a Patim sigo convencido de que no podemos perder el sentido de lo que somos: una organización social, con la profundidad que implican estas palabras. Quien considere que esto es una empresa, es difícil que encuentre satisfacción aquí. Son muchas las personas que aún creen en la solidaridad y para ellos y ellas, las puertas de esta entidad siempre están abiertas.

Seguimos buscando un equilibrio entre los recursos públicos y privados para gestionar esta organización, y cada vez tenemos que demostrar más cosas a la administración pública.

Desde el primer momento hemos querido tener voz en esta sociedad. Ser capaces de transmitir lo que pensamos, las demandas de las personas que atendemos, incorporar temas en la agenda política y hacer visibles cientos de matices de una realidad en constante evolución sobre la que tenemos una visión privilegiada; aunque a veces pudiera resultar incómodo o incluso temporalmente negativo. Ese también ha sido también nuestro objetivo. Un compromiso que resultaba tan inusual entre las organizaciones del Tercer Sector en los años ochenta del siglo pasado como vital en la actualidad. Nuestro modelo de comunicación ha ampliado los esquemas tradicionales para responder a muchas más dimensiones. Somos una fuente de información especializada y nos hemos adaptado a la interacción como un ejercicio diario de transparencia.

Lo que es verdaderamente triste es que, al echar la vista atrás, sigo recordando los rasgos de aquellas personas que enajenaron sus vidas por la heroína, que se mantuvieron durante muchos años con el cannabis y el alcohol y que hoy, de forma perezosa, siguen en este mundo de las adicciones. Son cada día más, quienes quieren abandonar una adicción -con y sin sustancia- y nos hacen levantar cada día. Es la esperanza que nos queda. Y el verdadero desafío que dejamos para alcanzar el medio siglo de vida. Seguro que entonces, las cosas volverán a ser diferentes. Se verán de forma distinta. Habremos superado la marginación, el estigma y las etiquetas que acompañan a las capas más vulnerables. Y podremos hablar de personas que durante una etapa de sus vidas estuvieron vinculados con las adicciones.

En un momento que las instituciones se han deshumanizado gracias a la pandemia y todo cada vez es más virtual, aséptico, no caben excepciones porque no se contemplan. La diversidad de perfiles nos obliga a establecer varias velocidades de tratamiento en las adicciones. No hemos perdido una perspectiva humana y la dignidad de la persona. Que es perfectamente compatible con la firmeza de una programación normativa y terapéutica. Seguimos creyendo en las personas. Esa es nuestra razón de ser.