
Cuando caminamos, la inercia nos hace dar un paso tras otro, coger impulso y velocidad sin ser conscientes de la capacidad muscular que tenemos. La mayoría de las veces nos excedemos.
Lo mismo sucede en nuestra vida. La inercia nos sobrepasa y las “frenadas” nos paralizan… parece que solo nos demos cuenta cuando explotamos o cuando nos aislamos o nos excedemos con la sobrecarga de trabajo o ni siquiera llegamos a los mínimos.