Cuando caminamos, la inercia nos hace dar un paso tras otro, coger impulso y velocidad sin ser conscientes de la capacidad muscular que tenemos. La mayoría de las veces nos excedemos.
Lo mismo sucede en nuestra vida. La inercia nos sobrepasa y las “frenadas” nos paralizan… parece que solo nos demos cuenta cuando explotamos o cuando nos aislamos o nos excedemos con la sobrecarga de trabajo o ni siquiera llegamos a los mínimos.
Y en ese vaivén de un camino sin rumbo, en el que nos encontramos sin capacidad de tomar decisiones, nos enfrentamos a esta pandemia, ya por todos conocida y admitida.
En pleno siglo XXI es complicado entender las soluciones, un tanto desorientadas, que estamos teniendo a nivel social y sanitario. Debemos ser capaces de concebir la magnitud de esta situación y programar medidas a dos años vista. Dejar a un lado los rumores pues siempre son intencionados y esconden intereses ajenos al bien común.
Miramos con sorpresa e indignación posiciones contradictorias y carentes de una visión sociosanitaria. Hablamos del factor económico y omitimos el factor humano en su dimensión psicológica y social. ¿Cómo estamos viviendo esta pandemia? ¿en qué nos afecta? También nos estamos dejando cómo nos afecta desde una visión sociológica, ¿Qué cambios producirá en la sociedad? ¿Cuáles nos pueden beneficiar? ¿cuáles nos pueden perjudicar?
El concepto de la persona como eje de la sociedad y sujeto activo de los cambios sociales se olvida y se ningunea.
Las decisiones son políticas. La falta de consulta a la ciudadanía es absoluta… existen canales de comunicación y no somos consultados. Tan solo somos números de una mala y confusa estadística que aporta cifras y justifica las decisiones que se van tomando a la deriva.
Ante esta situación de pandemia el ser humano se enferma socialmente. Desorientado, se le anula la capacidad de planificación de su futuro, se le despoja del derecho de participación social, se le veta del poder acompañar a sus seres queridos en sus despedidas… en cambio, diariamente nos permiten circular en autobuses, trenes y metros repletos de personas para acudir a sus trabajos.
Y con esta atmósfera henchida de sombras e incertidumbre, aparece en escena, con toda su dimensión y su repercusión para el ser humano, el desánimo y la desilusión, acuñadas con el término “fatiga pandémica”.
Uno más uno no siempre da dos, sin embargo, dos más dos pueden dar cinco. La lógica matemática puede aportar una visión al ser humano en esta pandemia, mas tiene que existir una predisposición en los agentes políticos para transmitir mensajes planificados, coherentes y con base científica avalada por una base social plural y tolerante.
La fatiga pandémica se presenta en todo tipo de personas. Se manifiesta de muchas maneras: como una falta de concentración, lentitud en la toma de decisiones, estrés, fobia, problemas familiares, de pareja y laborales, pérdida de la alegría, mal humor, irritabilidad, alteración del sueño, descuido de hábitos saludables…
Quizá conocemos más los síntomas físicos que los psíquicos y estamos centrando nuestra atención en los primeros.
A los anteriores deberemos añadir una serie de factores como los sociales, la pérdida de relaciones personales y la deshumanización del trato con conocidos y allegados, el abandono, la pérdida y el desgaste de nuestros trabajos, el aislamiento social y familiar, la fobia a la calle, el miedo al deporte, la alteración en la comunicación con las personas cercanas, las falsas creencias, la manipulación para desinformar, la confusión ideológica, la rabia e impotencia por no poder manejar tu vida, etc.
Es de obligación generar medidas preventivas que contemplen conjuntamente lo físico, lo psíquico y lo social. Debemos ser conscientes que nos quedan más “olas” por vivir y que la incidencia en estos tres aspectos irá en aumento.
Para hacer frente a este contexto que nos ha tocado vivir, es imprescindible trabajar y fortalecer nuestra capacidad de resiliencia.
Consideremos esta situación pandémica como una experiencia de vida que nos permita extraer conclusiones. Debemos dejar hablar al interlocutor, mas también debemos cortar conversaciones que nos generen displacer, ansiedad o dudas. No deberíamos reducir las relaciones con nuestros amigos, familiares, compañeras de trabajo virtual. Fomentemos el autocuidado dedicando tiempo de calidad para uno mismo y para los demás. Potenciemos nuestra creatividad y cultivemos nuestro pensamiento crítico.
En definitiva, hay que requerir la participación social, que nuestra voz se escuche. Ir de la mano con la comunidad científica, política y económica. Que realmente se cuente con el tejido social y canalicemos y consensuemos las respuestas y medidas ajustadas a las necesidades de las personas y de la sociedad.